La represión castiga al libre
tal como la iglesia castiga al Creador,
difundiendo sus propias mentiras usando la
firma ajena, condenándolo a llevarlas en boca de
todas las ovejas blancas.
La represión castiga al libre
tal como el sistema castiga al obrero,
matándolo en sus negros pozos
sin salida al mundo, sin
paredes, sin agua libre del
azufre que despide la burocracia.
La represión es un cangrejo que
se entierra ante el mundo,
la represión es un avestruz sadomasoquista,
con fuertes piedras atadas a su cuello,
su cerebro tapado con plomo,
su dignidad expuesta hacia el norte
salvaje y progresista.
La represión es la venda que tapa los ojos,
mojados en lágrimas escarchadas, del tigre,
del Nahuel, dejando que burdas hienas acaben
con su dulce fragilidad, que
corrompen al tigre,
que corrompen al indígena,
que manejan el sable que apuñala la Patagonia,
que apuñala a un pueblo,
que derrama su interior sobre el exterior,
que mata, que cohibe, y que calla.
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